Navidad del Señor 2022

Carta de la superiora general Hna. Anna Caiazza

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Queridas hermanas y jóvenes en formación:

La “peregrinación” de Adviento – tiempo de pausa y de silencio, para gustar la “bienaventuranza” de la espera de las cosas «cosas más grandes, más profundas, más delicadas… según la ley divina de la germinación, del crecimiento y del desarrollo» – se concluye en el corazón de la noche, allá donde nos lleva San Lucas: «Habían en aquella región unos pastores que, pernoctando a la intemperie, velaban todo la noche haciendo guardia a su rebaño» (Lc 2,8). De repente el cielo se abre y la oscuridad se ilumina. A personas de dudosa reputación, a hombres olvidados, excluidos e incomunicados se les da la más bella noticia, es anunciado un “Evangelio” de alegría: «Hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es Cristo el Señor». El miedo da el lugar a la alegría anunciada: ¡Dios ha pensado precisamente en ellos, ha nacido para ellos! El asombro se traducirá más tarde en una vigilia de adoración a los pies del Niño.

Sucedió, y aún sucede: la luz vence a las tinieblas, el cielo se mezcla con la tierra. La salvación es historia, sucede en la historia, porque la historia es el lugar de la salvación. Ese anuncio, que es Palabra de Dios, hace presente hoy el hecho que sucedió de una vez para siempre. Ese anuncio que nos llega hoy en esta historia, en nuestra historia, y nos hace contemporáneos del acontecimiento revelado. Así lo subraya San León Magno en su discurso sobre la Navidad: «Nuestro Salvador, queridos, hoy ha nacido: ¡Alegrémonos!».

Sí, alegrémonos, porque el Verbo se ha hecho carne y en la carne, en la vivencia de su vida, nos revela a Dios, nos lo cuenta, y nos enseña a vivir nuestra humanidad, reconciliándonos con la fragilidad, la pequeñez, lo transitorio. En el “signo” que el ángel señala («un niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre»: Lc 2,12) se encierra el secreto para asumir y vivir el propio límite como “lugar” de comunión, de relación con los demás y con el Otro y, de misericordia.

El Hijo de Dios ha venido como vino un niño, débil y frágil, para que podamos acoger con ternura nuestras fragilidades. Y descubrir una cosa importante: como en Belén, así también con nosotros Dios ama hacer grandes cosas a través de la pobreza. Ha puesto toda nuestra salvación en un pesebre de un establo y no teme nuestras pobrezas: ¡Dejemos que su misericordia transforme nuestras miserias! (Papa Francisco).

Alegrémonos, porque la Palabra ha puesto su tienda en nosotras, nos habita, nos hace su palabra para bendecir, es decir para “decir bien” de toda criatura, para reconocer ese fragmento divino que está en cada uno, para honrar el misterio encerrado en cada existencia.

Feliz Navidad y sereno Año Nuevo, queridas, también en nombre de las hermanas del gobierno general. Mis mejores deseos también a sus familias, a los miembros de la Familia Paulina, a los colaboradores laicos, a los amigos y benefactores… Y gracias a cada una de ustedes, por el amor a la vocación, la dedicación apostólica, el servicio atento y la ofrenda constante.

Con gran afecto, en comunión de alegría y de esperanza.

 Hna. Anna Caiazza
superiora general


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