IV Domingo de Adviento 2021

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Hacer experiencia de lo imposible

Lc 1, 39-45

«Ante el anuncio del ángel, María se ha hecho acogida de lo improbable, de lo no previsto, de lo imposible, porque en el fondo la vida no es más que una espera sin objeto» (Simone Weil).

Para que haya un acontecimiento, para que el otro – el sorprendente – se revele como lo que es, es necesario experimentar lo imposible. Sin este impacto no habría esta visión de lo nuevo, sino solo de lo de siempre, de lo mismo, de la repetición.

Asi es que, María apenas experimenta lo imposible, «se levantó y fue de prisa» a visitar a una mujer necesitada de ayuda.

Siempre será una fuerza la que nos mueve, una energía que todos llevamos dentro pero que corre el riesgo de permanecer dormida si no nos abrimos a la acción de un Otro reconocido en su total objetividad. Es importante hacer experiencia de lo divino en nosotros, abrirnos a su acción, dejar silenciosamente que nos impregne de Él: solo entonces nuestra misma carne será manifestación de Dios – este es el misterio de la encarnación – y solo entonces podremos volver a levantarnos de nuestra parálisis y comenzar a caminar para finalmente preocuparnos de alguien.

María movida por una experiencia vivida en la carne, llega hasta Isabel, otra mujer que ha experimentado lo imposible, ella una estéril desde siempre

Estamos hechos para florecer, una vida estéril incapaz de dar fruto y de dar color y perfume, es una vida muerta.

Que la Navidad sea una experiencia del agua que fecunda,
del fuego que enciende las fuerzas dormidas,
del aire que hace respirar de nuevo
y de la tierra que hace brotar vida nueva.
¡Felicidades!

Tomado de las Homilías del sacerdote Paolo Scquizzato

 


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