Cuarto domingo de Adviento 2020

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Esperar lo inesperado

Lucas 1, 26-38

 

Con el anuncio a María, algo inaudito está llegando a cumplimiento. Termina la época de la religión, comienza la de la fe. El hombre, desde siempre intentando escalar al cielo, ahora es visitado por él.

María es la figura de la expectativa humana que crea en sí el espacio para que todo se pueda cumplir.

María crea en sí el espacio. Este es el significado profundo de la ‘virginidad’ de María: ella es virgen porque ha ‘creado’ en sí el ‘vacío de sí misma’ a través de la muerte del yo, del autocentramiento, de la no – acción, consciente que la máxima obra puede suceder cuando ya no hay lugar para una acción.

María es la discípula que enseña una de las verdades más profundas de toda espiritualidad: no predecir nada, sino lo impredecible. No esperar nada sino lo inesperado. Mientras que esperamos lo que creemos conocer, nos alcanzarán solo fantasmas. La espera debe ser vacía, gratuita, no dictada por el pedido, o viciada por los deseos, sino solo agradecida por lo que se quiere alcanzar.

Sí, la espera sin objeto es apertura a lo imprevisible. No espero lo que deseo, sino lo que creo sea bueno para mí. Si el viajero esperase descubrir lo que cree conocer, nunca disfrutaría del descubrimiento, sino que solo haría turismo en torno a cosas ya conocidas. Y cesarían de existir los exploradores.

Tomado de las homilías de padre Paolo Scquizzato


Cantaré eternamente el amor del Señor,
de generación en generación.
Salmo 88,2

 


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