¡No temas… tú eres mía!

Sr Olga Josè Massango

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Me sentí identificada con el joven Alberione que había intuido que si la gente no va a la iglesia, la iglesia debe ir a la gente. Como él he sentido la necesidad de «hacer la caridad de la verdad» a todos.
Olga Josè Massango, fspComunità NAIROBI (Kenya)

Me llamo Olga y soy la primera Hija de San Pablo de Mozambique. Nací en Maputo en 1964, soy la primogénita de diez hijos e hijas. Mi padre José, sastre y mi madre Maria Massango, dueña de casa. No obstante la pobreza, mis padres no nos han hecho faltar lo necesario para vivir dignamente y recibir una buena educación escolástica y cristiana. Durante cinco años fui a la escuela de la Parroquia de la Virgen de las Gracias de Xipamanine, donde se encontraban las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Su presencia misionera, junto a la de los Padres Sacramentinos, ha marcado mucho mi camino de fe. La escuela era también un centro de promoción humana abierto a las jóvenes y a las madres de la zona.

Mozambique se independizó en 1975, y en 1977 adoptó la ideología marxista. Muchos creyentes dejaron de asistir a la iglesia a causa de la persecución religiosa y un discreto número de misioneros se vio obligado a abandonar el país. La Iglesia de Mozambique, sin embargo, no obstante la persecución, ha buscado nuevas formas de acercarse al pueblo y animarlo en la fe. Se privilegió la formación de un laicado consciente y responsable, al cual se le confió la prioridad del acompañamiento de los adolescentes y de los jóvenes. Esta experiencia representó el terreno fértil que favoreció, primero mi compromiso de catequista y del equipo litúrgico de la parroquia y, sucesivamente, mi opción vocacional.

En 1983 las Hijas de San Pablo se trasladaron de Beira, donde llegaron en 1967, a Maputo ya que a causa del cierre de la librería, no podían ejercer su misión en esa ciudad. En esta ocasión por primera vez escuché hablar del apostolado paulino. El año sucesivo, la revista Sinal publicaba la vida de Don Santiago Alberione en ocasión del centenario de su nacimiento. Me sentí identificada con el joven Alberione que había intuido que si la gente no va a la iglesia, la iglesia debe ir a la gente. Como él he sentido la necesidad de «hacer la caridad de la verdad» a todos. Frecuentaba habitualmente la librería paulina y cada vez observaba en silencio a las hermanas y a las jóvenes que las ayudaban; un día me regalaron un folleto que presentaba su misión.

Al término de los estudios comencé a trabajar en la Facultad de Veterinaria como colaboradora en un Proyecto de investigación de la FAO. El ambiente era agradable, la dirección tenía confianza en mí, mi futuro se presentaba rico de perspectivas. Pero el acompañamiento de mi párroco me ha ayudado a discernir el llamado del Señor y a elegir con valentía mi vida religiosa según el carisma de Don Alberione. Sentía que éste era el camino para ser signo de fe y esperanza en Mozambique. Pero todo debía realizarse ocultamente. Si hubieran descubierto mi intención de ser religiosa, me habrían enrolado inmediatamente para el servicio militar obligatorio o habría recibido alguna otra punición. Así hice todo mi camino de discernimiento vocacional en secreto, pero con el pleno apoyo de mi familia.

Finalmente, en la tarde del 4 de febrero de 1985, el párroco me acompañó a la casa de las Hijas de San Pablo y, después de un período de prueba, fui acogida en la comunidad el 20 de julio. Todas las lecciones y los encuentros de formación se realizaban de noche y los fines de semana intercalado con momentos de apostolado. Ha sido un período muy lindo, en el que he experimentado lo que significa “comunidad formativa”.

Trabajé en la Universidad hasta el momento de mi viaje a Nairobi, donde continué la formación. Por prudencia la carta de dimisión la llevó mi padre el mismo día en el que debía volver al servicio después de las vacaciones. Sentía que el Señor me sostenía: «No temas, te he llamado por nombre, tú eres mía…» (Is 43,1-5).

Partí en total incertidumbre, también por motivo de la relación conflictiva que mi país tenía con Kenya. En Nairobi éramos muchas. Juntas tratábamos de responder al llamado de Dios, en un contexto cada vez más intercultural. Estábamos en los inicios de todo, y tuve la alegría de ver crecer la comunidad, las actividades apostólicas, la formación…

Hecha la primera profesión en 1991, regresé a Mozambique. A pesar de estar en guerra en aquellos años, viví la alegría de dedicarme al apostolado en la librería y en la pastoral vocacional. Poco a poco fueron llegando las primeras vocaciones y el Maestro me hizo experimentar mucha consolación: sólo Él conoce el tiempo y las gracias que necesitamos. Así, después de la formación teológica, pude trabajar en la realización del proyecto Biblia Africana. Fue una experiencia de gran colaboración entre nosotras, con la Iglesia local y con las diversas organizaciones de ayuda, nuestros partner en la evangelización.

A un cierto punto de mi itinerario de vida y de vocación el Señor me pidió dejar mi país e ir a Malabo (Guinea Ecuatorial), donde la Delegación de España había iniciado un proyecto temporáneo de ayuda a la Iglesia local, abriendo una librería y administrando la biblioteca diocesana. Estuve allí desde 2007 a 2010.

Actualmente estoy terminando el año de formación sobre el carisma, realizado en Roma a nivel de Familia Paulina. Vivo este nuevo regalo del Señor con gratitud, haciendo continua memoria de las muchas hermanas de diversas nacionalidades con las que compartí mi vida durante estos veinte años de vida paulina pasados en los diversos servicios (librería, editorial, vocacionista, superiora y formadora de las aspirantes, postulantes y juniores).

Al final de esta experiencia, si Dios quiere seré inserida en la nueva Delegación de África Austral, de la que Mozambique es parte junto a Sudáfrica. Iniciará así otra nueva aventura de fe y de renovada confianza en el Señor que guía mi historia y me ama con amor eterno.

Gracias a todas las superioras que me han ofrecido tantas oportunidades para crecer en el amor a la vocación paulina. Gracias a todas las hermanas y a las jóvenes que con su ejemplo me enseñaron cómo “ser Iglesia” en una comunidad que anuncia el Evangelio a todos en la cultura de la comunicación.