Las sorpresas de Dios en mi vida

Sr. Daniela Baronchelli

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Desde hace treinta años estoy en esta tierra.
Es difícil hasta para mí comprenderlo, pero
hoy soy más enamorada de Pakistán que de África. ...
Me siento privilegiada de vivir entre estos queridos
cristianos perseguidos, quienes con su fe
y testimonio me evangelizan.
Daniela Baronchelli, fspComunità KARACHI (Pakistan)

Valeria es mi nombre de bautismo. Era una niña feliz, en casa y en el ambiente campesino de Farfengo, un pueblito de la provincia de Brescia (Italia), alegre y feliz con las amigas y amigos. Muy orientada a tener un novio y a ofrecer mis veinte años al mejor joven del pueblo: Gino, excelente cantante y panadero.

Sin embargo, Jesús me ha seducido y atraído… De modo inesperado para Gino y para mí. Al inicio del noviazgo, ante el primer beso, sentí fuerte su voz: “No aquí, no así, te haré mía para una misión”. Y así dejé toda relación, ni con Gino ni con otros que me deseaban como esposa.

Mi hermana Irene era “niña” (doce años) entre las Hijas de San Pablo en Alba. Ella “luchaba” y yo estaba rabiosa, “porque la vida – decía − no se debe desaprovechar entre los muros de un convento…”. Pero un día comprendí − Dios solo sabe cómo − que justamente en el “convento” de las Hijas de San Pablo, Dios me llamaba para una misión especial, valiosa y significativa para la humanidad de hoy. Entonces fui decidida con Gino, demostrando a todos que debía partir pronto para comprometer a fondo mis veinte años. Desde aquel día, en la pequeña iglesia del pueblo, donde ardía el fervor misionero, ya no cantaba: “Manda a aquellos que enseñan el camino del cielo”, sino: “MÁNDAME con aquellos que enseñan el camino del Cielo”.

Yo, primera de siete hermanos, he dejado a mamá enferma y necesitada de toda ayuda, a Gino, al pueblo donde estaba activamente insertada, segura de que el Señor me habría llevado a tierra de misión, donde la vida paulina sería más exigente, pero entregada por Él y por los pueblos que se han convertido en mi profunda atracción para un servicio de comunicación vital.

Él ha sido fiel, magnífico. Constantemente ha seguido llamándome. Me ha acompañado en mis primeros quince años en Nigeria, Tanzania y Kenya, donde me he enamorado profundamente de los africanos y he gozado por la eficacia de la comunicación social a los pobres. Quince años de servicio entre la guerra de Biafra, una pobreza enorme, pero también tanta gracia experimentada con la llegada de las primeras vocaciones y una abundante difusión a través de iniciativas nuevas, bien vistas por la Iglesia local.

¡Era un esplendor la vida paulina en Nigeria! Pero después del Concilio Vaticano II y el discernimiento personal, algunas hermanas (italianas, americanas e irlandeses) han dejado tanto África como la congregación.
Ha sido casi imposible continuar la misión en este país porque no concedían nuevas visas a causa de la guerra. Hemos tenido que cerrar la comunidad y pasar las aspirantes a una congregación local. Sólo Dios sabe y comprende la pena, el dolor, la humillación, la fatiga y las lágrimas derramadas. Cuántas, cuántas, por haber sido la fundadora y “desfundadora” de la casa de Lagos en Nigeria.
Pero continúan las sorpresas de Dios… Enamorada de África, era feliz en Kenya, donde fui mandada después de Nigeria.

Pero, de improviso llega el mandato de la Superiora general, Sor Maria Cevolani: «Deja África». ¡Dios mío, que novedad! Después de dos años de “Escuela de fe” en Friburgo, fui enviada a la desconocida, difícil y jamás soñada, tierra paquistana.

¡Milagro y gracia! A Él, a quien pedía constantemente aprender el valor del desapego, me quitaba poco a poco la ambición de pasar toda la vida en África y me enseñaba una nueva misión en Pakistán.

Desde hace treinta años estoy en esta tierra. Es difícil hasta para mí comprenderlo, pero hoy soy más enamorada de Pakistán que de África. La difícil misión en esta tierra islámica tiene tanto valor para mi vida paulina. Me siento privilegiada de vivir entre estos queridos cristianos perseguidos, quienes con su fe y testimonio me evangelizan.

Como Paulinas tenemos una tarea, un rol, una misión apostólica significativa. Nos sentimos y somos conocidas como Hermanas de la Biblia que trabajan para llegar al pueblo con la Palabra de Dios. Un don para nuestra vocación, un compromiso, una pasión, una elección del corazón.

Él me ha conducido en todos estos años; me ha dado alegría, amor y gracia. Su táctica espiritual es inconfundible: llama a la misión a través de no pocos sacrificios y pide siempre desapego.

¿Lo creerán? Me ha pedido aún otro, formidable. Después de veintisiete años de vida apostólica llena de bellas experiencias, relaciones, vocaciones, formación y leadership en Lahore, la Superiora delegada me ha dicho:
«Levanta los pies y ve a Karachi». Ahora vivo aquí desde hace poco más de un año, en esta ciudad donde terrorismo y fundamentalismo hacen insegura y difícil la vida, especialmente para los cristianos, abiertamente perseguidos.

Me siento privilegiada de continuar el sueño y el amor de Maestra Tecla por las masas pobres y agitadas de Pakistán.

Tecla y Alberione nos están demostrando protección y amor, y el Señor está manteniendo fe al Pacto protegiéndonos en los graves peligros que afrontamos cada día. Por esto vivo con amor y comunión la gracia de la misión en Pakistán, donde las jóvenes vocaciones dan esperanza y vitalidad, no obstante la miseria y las fatigas.

Ahora tengo ochenta años, y aún sigo siendo misionera. Feliz de poder llegar todavía a un gran número de personas con la Palabra de Dios, de sembrar entre los que padecen aluviones, un libro de oraciones, de cantos o un crucifijo. Pequeñas cosas que ellos conservan como los tesoros más preciosos que el alimento, porque es linfa vital de vida cristiana y de esperanza.