Estoy con aquel que vive en mí

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Para compartir con ustedes mi historia vocacional, volví a recorrer mi camino y siento que brotan de lo más profundo de mi corazón el amor y la gratitud hacia el Señor. Dar mi testimonio es una hermosa ocasión para redescubrir el don maravilloso del amor y de la gracia de Dios hacia mí. Él me ha visto pequeña y débil y, con una mirada amorosa, me ha llamado, ha caminado conmigo y me ha hecho crecer.

La vida de fe de la familia de mi padre comenzó después de la guerra de Corea, iniciada en 1950. Durante la guerra corea­na, toda la familia estuvo en un refugio y en aquel tiempo recibió ayuda de una genero­sa persona católica. Terminada la guerra, la familia completa de mi padre se bautizó. Aunque para mis abuelos la vida de fe no fue muy larga, eran practicantes muy fervo­rosos y su testimonio me impresionó desde niña. La abuela me enseñó a rezar; la ima­gen de ella, rezando el rosario y la forma en que siempre tenía en la mano el libro de las oraciones está profundamente grabada en mi corazón: Antes de morir me entregó su Libro de las Horas.

Cuando me preparaba para la Primera Comunión por primera vez me interesé por la vida consagrada. Una religiosa nos en­señaba el catecismo y, cuando miraba su rostro puro y alegre, pensaba entre mí: «Las religiosas son personas felices».

Mientras asistía a la escuela dirigida por religiosas crecía dentro de mí el sueño de hacerme hermana. Antes de ir al liceo, mi familia se mudó a otra ciudad y entonces en­contré mi diario. Releyendo mi pasado, he sentido el amor misericordioso de Dios que me abrazaba cálidamente y prometí dedicar mi vida a Él. En seguida, conté a mi mamá la promesa que había hecho a Dios y ella me pidió graduarme en la escuela superior antes de entrar en una Congregación y, mostrándo­me un folleto vocacional de las Hijas de San Pablo, me dijo: «Te gusta mucho leer libros; esta congregación sería la adecuada para ti». Así mi mamá fue mi primera vocacionista.

Mientras estudiaba en la Universidad asumí el compromiso de catequista y, en mi tiempo libre los domingos, iba a los en­cuentros vocacionales de las Hijas de San Pablo, que habían quedado en mi memoria. En ese tiempo estaba triste por la pérdida de mi abuela y tenía algunos conflictos para encontrar el camino correcto para el futuro. Justo en ese tiempo me encontré en ora­ción con el Señor crucificado que me dijo: «Si tú puedes renunciar a las cosas que te gustan sígueme». Así entré en congregación en 1997 con un deseo fuerte de vivir no solo para mí misma, sino para Dios y para otras personas.

Durante el período de la formación inicial, caminé tenazmente con la única intención de convertirme en una verdadera Hija de San Pablo. Durante el juniorado busqué la voluntad de Dios para mí, renunciando a mis proyectos y a mis puntos de vistas persona­les. A través de este camino sentí profunda­mente la alegría de vivir en comunión con el Señor y con las hermanas de la comunidad. Mientras prestaba servicios en la librería, en la editorial y en sector de la difusión itineran­te, comprendí el sentido de la fatiga apostóli­ca y la gozosa recompensa de proclamar el Evangelio con toda mi existencia a través de los medios de comunicación y con mi testi­monio.

En 2018 fui llamada para ir como misio­nera a los Estados Unidos. En esto vi – ¡por fin! – escuchado mi deseo de ir al extranjero para evangelizar. En los Estados Unidos de­sarrollé el apostolado itinerante visitando las comunidades coreanas y trabajando en li­brería. Durante los viajes misioneros en una tierra tan grande, como San Pablo apóstol, encontré fieles inmigrantes que tenían difi­cultades y sentí una profunda alegría en co­municar la Palabra de Dios. Fue un tiempo transcurrido en aprender la humildad y la paciencia al vivir como misionera en una na­ción que tiene un idioma y una cultura dife­rente a la mía, pero fue también un momento de gracia que me permitió sentir la belleza de una cultura rica de la herencia de la fe católica y así ensanchar el corazón encon­trando hermanas generosas y personas di­ferentes, cada una con su propia historia y el propio camino hacia el Señor. Lamentable­mente, debido a la pandemia del COVID-19, mi experiencia misionera fue interrumpida y debí regresar a Corea. A través de esta ex­periencia he comprendido qué es lo más im­portante en mi vida: vivir con Cristo que habi­ta en mí. También hoy dedico sinceramente mi amor y mi corazón al Señor que me llamó a ser Hija de San Pablo y me permitió parti­cipar en su misma misión.

Tae Hee Theresia Kim, fsp


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