Estar conectados no significa ser comunidad

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No hay duda que la globalización ha empequeñecido el mundo y permitido un crecimiento exponencial a los intercambios culturales. El compartir que las redes sociales facilitan rápidamente al construir una percepción de proximidad puede ser tan solidario como cínico. En efecto, las redes sociales son el reino de la ilusión y de la bulimia informativa en Red, que solo su uso racional y razonable puede transformar en posibilidades reales. Como nos recuerda J.D. Bolter, «nuestra cultura medial extraordinariamente rica y, en su plenitud, completamente acrítica. Contiene una infinidad de basura, pero también una gran cantidad de cosas interesantes».

En la actual cultura digital está sucediendo una suerte de inversión con respecto a un pasado no muy lejano: mientras hace algunos décadas la actitud que guiaba nuestro comportamiento era la discreción y la reserva, y el temor de ser observados se convertía en una especie de pesadilla, hoy hacemos de todo lo posible para ser mirados, observados, porque tememos ser abandonados, ignorados, negados, excluidos. Basta pensar en la lógica y en la dinámica que rigen la construcción de los perfiles de los influencers. Lo recuerda muy bien el Papa Francisco en su Encíclica Fratelli tutti cuando afirma que «mientras crecen las actitudes cerradas e intolerantes que nos aíslan respecto a los demás, las distancias se acortan o desaparecen hasta el punto que deja de existir el derecho a la intimidad. Todo se convierte en una especie de espectáculo que puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone a un control constante. En la comunicación digital se quiere mostrar todo y cada individuo se convierte en objeto de miradas que hurgan, desnudan y divulgan, frecuentemente de manera anónima. El respeto al otro se hace pedazos y, de esa manera, al mismo tiempo que lo desplazo, lo ignoro y lo mantengo lejos, sin pudor alguno puedo invadir su vida hasta el extremo».

Está claro, pues, que estar conectados no significa todavía ser comunitario

Por lo tanto somos todos llamados recuperar la relacionalidad personal en presencia, para que «la conversación directa, cara a cara, – recuerda la socióloga Sherry Turkle – lleve a una mayor autoestima y mejore la capacidad de tratar con los demás. Una vez más, la conversación es la cura». Bastaría recordar las palabras de la semióloga Isabella Pezzini cuando en 2020 escribía: «El cuerpo en situación habla tanto como el intelecto: el espacio es el lugar de este discurso y estructura su gramática, mientras entre que el distanciamiento repercute en la comunicación y en la mutua comprensión. La proximidad es el lugar de comunicación del conocimiento tácito, intersubjetivo y no codificado. Estar juntos y en estrecho contacto puede producir efectos de clan y de solidaridad, y también generar innovación».

He aquí, pues, cómo ha cambiado la comunicación: se ha vuelto fría privándose de la manifestación de los elementos no verbales que guían la percepción del sentido de la comunicación verbal propiamente dicha.

De hecho, la dimensión social también está constituida de un intercambio de elementos corporales como el olfato y el contacto físico de una comunicación mediática, como se dice “a distancia” no pueden ofrecer. Esto se ha hecho evidente en aquello que ahora es definida como “Dad, papá”, o aprendizaje a distancia. En este caso debemos recordar como la enseñanza no es solo una cuestión cognitiva, sino también de contacto y de contagio – intelectual y emocional – recíproco. A través de esta dimensión de intercambio de ánimo, del que derivan también el humorismo y la alegría, se generan los “cuerpos sociales”: la clase, el equipo, el grupo, etc., así como también el movimiento, el partido, la nación. Por eso, como dice el Papa Francisco, es necesario «encontrar el lenguaje adecuado… El contacto es el verdadero lenguaje comunicativo, el mismo lenguaje afectivo que transmitió la curación al leproso. ¡Cuántas sanaciones podemos realizar y transmitir aprendiendo este lenguaje del contacto!».

Hoy estamos obsesionados con las redes sociales como ayer de la TV. Las redes sociales nos gratifican porque, idealmente al menos, pensamos poder ser interlocutores de todo el mundo, imaginamos tener acceso a las personalidades más importantes y a los círculos más exclusivos. Pero si no nos dejamos anestesiar por la gratificación, descubriremos también la fuerte carga ilusoria del mundo de las redes sociales.

El Papa en la Carta encíclica Fratelli tutti invita a todos y a cada uno de nosotros a practicar «para desenmascarar las diversas formas de manipulación, tergiversación y ocultamiento de la verdad en las esferas públicas y privadas. Lo que llamamos “verdad” no es solo la comunicación de hechos por parte del periodismo. Es ante todo la búsqueda de los fundamentos más sólidos que subyacen en nuestras elecciones y en nuestras leyes. Esto implica aceptar que la inteligencia humana puede ir más allá de las conveniencias del momento y captar algunas verdades que no cambian, que fueron verdades antes que nosotros y lo serán siempre. Indagando sobre la naturaleza humana, la razón descubre valores que son universales, porque se derivan de ella».

Por tanto, se reitera la fuerza y la necesidad de una inteligencia honesta y libre de amos, que sepa distinguir en la plenitud de la cultura mediática, para utilizar las palabras de Jay David Bolter, que es basura y que es interesante.

En otras palabras, estar conectados no significa estar necesariamente y mayormente artistas. ¡Al contrario!

Mons. Dario Edoardo Viganò
Vicecanciller de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales

* Para profundizar más: L’illusione di un mondo interconnesso.
Relazioni sociali e nuove tecnologie, Mons. Dario Edoardo Viganò, Edizioni Dehoniane Bologna, 2022


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