El Señor hizo florecer mi vocación

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«La rosa es sin por qué: florece porque florece, no se preocupa de sí misma, no pregunta por qué tú la miras» (El peregrino Querúbico I, 289). Recorriendo el camino de la vocación me ha venido en mente esta frase. El Señor hizo florecer mi vocación. Mi vocación es sin un por qué: vuelve a florecer cada momento porque el Señor la vuelve a hacer florecer con su gracia.

Crecí en una familia cristiana. Para los míos, bienestar personal y familiar quería decir ayudar a los demás, ayudar a las personas en situaciones difíciles, ir al encuentro de sus necesidades. Todo esto ha sido una luz en mi vida. Junto a mí, como presencia humana y espiritual, ha estado siempre mi querida tía Paulina – se llama Hna. Domina Yun, por muchos años misionera en Rusia – quien me acompañó en mi conocimiento de Jesús y sus valores evangélicos.

Un día, durante el liceo, he visto un documental: hablaba de un profesor de apoyo que había dado la propia vida por los niños discapacitados. Dije dentro de mí: « ¡Qué maravilla! Esta vida es muy hermosa. Quiero gastar mi vida como él». Decidí especializarme en la educación de apoyo. Los estudios, las prácticas, los momentos de voluntariado en parroquia, me hicieron sentir un instrumento en las manos del Señor que, a través de mí, acariciaba a las personas enfermas física y mentalmente.

Un día habíamos llevado a los niños discapacitados a nadar en la piscina. De repente un niño estuvo a punto de ahogarse en el agua. Como responsable del grupo de profesores, lo acompañé en ambulancia a urgencias. Su situación era muy grave y mi cabeza convertida en una tabla rasa, no sabía qué hacer… En aquel momento pasó una religiosa con velo y, viéndola, comencé a gritar al Señor para que salvara al niño.

Cuando llegó la mamá del niño, me consolaba diciendo: « ¡Maestra, no es culpa suya. No se preocupe! El Señor lo cuidará porque es su hijo». Más tarde supe que la mamá había tenido este niño discapacitado porque, cuando estaba embarazada, sufrió un accidente en el que también perdió otro hijo. Así es que, la palabra que me dijo no era una palabra cualquiera, la leí como una proclamación de fe y para mí fue una experiencia extraordinaria.

Este episodio fue la primera gran tragedia de mi vida y se convirtió en un regalo precioso e inesperado. En la tragedia y en el susto he encontrado a mi Señor y he visto su rostro misericordioso. Charles Péguy, poeta francés, dice que Jesús es «Aquél que reúne todo lo trágico antiguo para transfigurarlo». Esta experiencia trágica para mí Jesús la ha transfigurado en una oportunidad para llamarme a una caridad más amplia, la intelectual. He planeado automáticamente mi vida para hacer caridad a los niños, especialmente a los discapacitados. Pero el Señor me ha pedido entrar al mar y tirar las redes para pescar la verdadera vida. Comprendí que era inútil el esfuerzo por planificar mi vida: Sentía que el verdadero dueño era Él.

En la fiesta de san José de 2007 ingresé en la Congregación de las Hijas de San Pablo. Ahora vivo en una comunidad romana, mientras completo mis estudios de teología y estoy haciendo, en lo concreto de cada día, mi experiencia como paulina. Estamos atravesando el momento trágico de la pandemia y este dramático período me permite comprender mejor la grandeza del carisma paulino, que orienta el pensamiento en dirección de la fe y la esperanza, haciendo la caridad, iluminando las mentes. Estamos llamadas a acompañar y asistir a los pobres en espíritu y a los que sufren, necesitados del apoyo del amor y la oración.

La atracción más grande y hermosa de la vida paulina es la palabra de Dios. Cada día el divino Maestro nos nutre con su Palabra y, al mismo tiempo, nos hace instrumentos para proclamarla. Comprendo siempre más que el anuncio no es solo predicar, enseñar o tener alguna relación sobre la Biblia; es sobretodo vivir la Palabra, vivir a Jesús. En mis primeras vacaciones de verano en Italia, fui a Verona para ayudar en la librería. Pero no podía ayudar mucho porque todavía no era capaz de hablar bien el italiano.

Así es que mi apostolado fue ofrecer una sonrisa a quien entraba en la librería. Un día, un señor, me dijo: «Tu sonrisa es realmente muy acogedora. A mí me hace mucho bien».

Susanna Lee, fsp


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