Domingo de Ramos 2017

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Is 50,4-7; Sal.21; Flp 2,6-11; Mt 26,14 – 27,66

Entrar en el amor de Dios

 

Entramos en la Semana Santa, fuente y cumbre de nuestra fe ‒ como dice san Pablo (cfr. 1Cor 15,3-5) ‒ En primer lugar nosotros creemos en el Señor Jesús, muerto y resucitado por nuestra salvación del pecado, del mal y de la muerte. Entramos en el misterio de los últimos días de la vida terrena de Cristo, pero, en realidad lo acompañamos marcando aquellos eventos para que entren en nuestra vida y la transformen a imagen de la Suya. Entramos en la “Semana” para santificar cada semana que compone nuestro viaje en el tiempo. Son días en los cuales poder elegir de estar junto a Él ‒ como el mismo Jesús les pide a sus discípulos de ayer y de hoy (cfr. Mt 26,40). “Con Él” no solamente en términos de tiempo, anteponiendo lo esencial a las urgencias, al estrés de la vida cotidiana sino para hacer una elección, ¿de qué lado queremos estar? ¿Queremos ser del mundo o, como Jesús, estar en el mundo no perteneciéndole por ser criaturas del Cielo?

Entramos en esta lucha entre luz y oscuridad, bien y mal, vida y muerte, conmemorando aquel día de fiesta que los habitantes de Jerusalén tributaron a Jesús como el Mesías esperado. Una fiesta “efímera”, como a menudo los hombres saben realizar para sus semejantes. Efímera porque fugaz, como son nuestras débiles convicciones; fiesta del consenso mundano, fácilmente cambiable del ¡Hosanna al Crucifícalo! Sin embargo, dentro de esta caducidad humana, se preanuncia la victoria definitiva de Cristo, que se cumplirá con su muerte y resurrección. Es un acto de fe en el cual declaramos que incluso nuestros acontecimientos históricos, pueden ser instrumento para alcanzar la Gloria eterna del Cielo.

Entramos con Jesús en la ciudad santa sobre la humilde cabalgadura de los viajes en tiempos de paz, reconociendo que la verdadera paz no se impone nunca como fardo, a precio de “sangre de los demás”, no se funda en la certeza del más fuerte, sino que se paga en primera persona. La paz, como el amor, no se impone nunca, sino que se propone siempre, se ofrece con el desarme de la humildad. Los ramos de olivo, que hoy llevaremos a nuestras casas nos recuerdan que somos discípulos del Maestro y a seguir este camino, venciendo el mal con el bien.

Entremos en este misterio y abrámonos al don de Dios y descubriremos realmente que es Cristo quien nos hace entrar en el amor del Padre, dejándonos rasgar el corazón sobre la cruz.

Oración

Cristo Jesús, humilde rey de la paz,
concédenos entrar contigo
en la voluntad del Padre
para que en nosotros entre tu Espíritu,
convirtiéndonos del amor al “poder”
al poder del’Amor.

don Massimo TellanParroco di San Giovanni Crisostomo, Roma

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