De las Islas Azores a California… para dejarme encontrar por Dios

Sor Germana Maria Santos

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Una pequeña isla en la inmensidad del Océano Atlántico, un pedazo de tierra (solamente 67 km2), un puntito en el mapa. Es increíble donde Dios me ha encontrado llamándome entre las Hijas San Pablo. Las palabras de Isaías parecen justamente dirigidas a mí: «Escuchen, habitantes de las islas: atiendan pueblos lejanos: El Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre pronunció mi nombre» (Is 49,1).

Nací en la ciudad de Horta, en la Isla de Faial, en el archipiélago de las Azores, que pertenecen a Portugal; aquí mis padres me han introducido en la vida de fe con el bautismo. En 1956 un volcán eructó sobre la parte septentrional de nuestra isla, cubriendo de lava y de arena el pueblo más cercano, obligando a los habitantes a la fuga. Muchos emigraron a Estados Unidos; entre estos mis abuelos y otros parientes, que se establecieron en California. Mis padres se unieron a ellos más tarde, junto a sus cinco hijos, desde 2 a 13 años de edad (Germana, Armanda, Grace, John, Maria). Así dejamos las Azores, un lugar de poca tierra y mucho mar, por California, tierra de grandes extensiones y cielo asoleado.

En estados Unidos nos inserimos rápidamente, y mis padres trabajaron duramente para sostener la familia.

La vocación

Recuerdo bien aquel sábado por la tarde, cuando “encontré” a las Hijas de San Pablo. Era después de almuerzo, lavaba los platos y escuchaba la radio. Una religiosa, una Hija de San Pablo, hablaba de la vida religiosa y, al final, invitó a las jóvenes a ir, el día siguiente, a su comunidad para un retiro.

No tenía la intención de ser religiosa, pero algo en la voz de aquella religiosa, en su mensaje y en su invitación me habían llenado de curiosidad. Así, al día siguiente, mamá nos acompañó a mí y a mi hermana Armanda al convento, deteniéndose a rezar…

Los meses que siguieron se caracterizaron por la confusión y por la lucha interior: por una parte, sentía un gran amor a Dios y a las cosas de Dios; por otra, tenía una idea diversa de mi futuro: deseaba estudiar, tener una familia, aprender otros idiomas, viajar…  Con indecisión, y estimulada por mamá, decidí entrar en el postulantado para ver ‒ tiempo un año ‒ si “me gustaba”. Tenía dieciséis años. Aquel año nunca ha terminado. Y hoy, después de 44 años transcurridos como Hija de San Pablo, puedo decir con convicción ¡que Jesús Maestro me ha ofrecido el don de la vocación paulina y ha quedado conmigo, ofreciéndome la alegría de vivir esta gran aventura!

Los años de la formación y de mucha actividad

Durante el período de formación inicial he seguido los estudios y trabajado en el apostolado técnico. Como era joven y alta, pensaban que podría trabajar en la encuadernación, en la máquina plegadora, pero me faltaba la habilidad mecánica y la practicidad, por esto muy pronto me cambiaron al reparto de composición y corrección de pruebas. Ha sido maravilloso poder componer y leer muchos libros.

Durante los primeros años de formación me ha gustado mucho leer la vida de don Alberione, de Maestra Tecla y de todos nuestros “santos”. Todo lo que aprendía llenaba mi corazón de alegría y serenidad. La adolescente que había dudado de su vocación ha sido lentamente cortejada y “capturada” por la belleza del carisma paulino. Este amor por nuestra espiritualidad y misión, ricamente sembrado en el terreno de mi corazón joven, permanece en mí con el deseo de compartirlo con los demás. ¡Ha sido un regalo maravilloso!

A los veintiocho años, me han pedido ser formadora de las pre-postulantes y, cuatro años más tarde, de estudiar psicología en la Pontificia Universidad Gregoriana, Roma. Al regresar a Estados Unidos fui formadora de las novicias y después de las junioras.

Fui también superiora provincial por dos mandatos y, cuando terminé, me han hecho el regalo de un año de renovación y de actualización teológica.

Una nueva estación en la vida

Estaba preparada para iniciar una nueva fase de mi vida paulina, más estrictamente apostólica, pero tuve que hacerme cargo de mi madre durante tres años. Cuando ella falleció, descubrí tener un cáncer al seno. ¡Nada de volver al apostolado! Pasé por un tratamiento más bien agresivo, con quimioterapia y rayos.

Aprendí muchas cosas, sobre todo que la vida es frágil y valiosa al mismo tiempo. Después me sentí llena de optimismo y de energía. Finalmente podría realizar el sueño de ir a una de nuestras comunidades y trabajar en el apostolado de la difusión. Estuve feliz en la librería, en contacto con la gente, escuchando sus historias y compartiendo la Palabra de Dios. Yo creo que nuestros centros apostólicos llevan a Cristo en el “market place,” ¡justo donde está la gente!

También mi hermana Armanda, Hija de San Pablo como yo, ama el apostolado de la librería, donde expresa sus talentos. Yo me siento muy orgullosa de ella y de todo lo que ella ha podido realizar en nuestra congregación.

Mis días pasaban serenos y era muy feliz. Pero duró poco… Un llamado de la superiora general con una invitación: transferirme a Roma para trabajar en el Secretariado internacional de la formación y estudio (Sif).

No ha sido simple esta obediencia porque significaba dejar la provincia de EE.UU, la nueva comunidad y el apostolado que me daba alegría, en un periodo en el cual mi salud era aún frágil. La fatiga se ha transformado en muchas bendiciones. La comunidad de la Casa generalicia me ha ofrecido acogida, un clima de ferviente oración, la buena compañía de las hermanas y ejemplos de santidad paulina en acción.

Gracias al Sif, tengo también la oportunidad de estar con las hermanas que se preparan para la profesión perpetua, de testimoniar y compartir la belleza de nuestra vida consagrada paulina.

Y así, ¡aquella adolescente que quería estudiar, viajar, tener una familia y aprender nuevos idiomas ha visto realizarse todos sus deseos de una manera única y enriquecedora! A través de momentos felices y también difíciles, he experimentado la constante, fiel y gentil presencia del Divino Maestro que me ha sostenido y que siempre me ha dado aquella alegría que el mundo no puede dar.

Hoy, en el 40° aniversario de profesión, puedo decir con convicción que soy profundamente feliz. Estos años han sido una extraordinaria historia de fidelidad de parte de Dios, que me ha “acompañado” y sostenido en la vida paulina. ¡Magníficat!

Germana Maria Santos, fsp