4to domingo de Cuaresma de 2019

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Jos 5, 9a.10-12; Sal 33; 2Co 5,17-21; Lc 15,1-3.11-32

El beso de Dios

La parábola del Hijo Pródigo, es la que todos más conocemos. Es la historia sin fin del hombre de todos los tiempos: la partida, un sentido de malestar, la búsqueda de realidades plenas sin preocupaciones; luego llegan los fracasos, la desesperación, la nostalgia y el deseo de volver atrás. Pero, también es la historia de la misericordia infinita de Dios.

Este hijo tiene en el corazón sed de libertad, sueños, proyectos y anhelos de autonomía, pero sobre todo, mucha utopía. ¿Qué es la utopía? Traducido, significa: no lugar; es aquel lugar imaginario que vive en la mente y en el corazón, pero no es tangible ni alcanzable porque es inexistente. He aquí el pueblo lejano hacia el que este hijo quiere dirigir su camino. Partió feliz, encontró un lugar que considera un paraíso; luego la gran hambruna: vacío, pobreza, desesperación, muerte y mucha nostalgia.

Entró en sí mismo: es el inicio de la conversión. Volvió a pensar en su vida, en lo que era antes de partir y en lo que se había convertido; el engaño de la utopía y la nostalgia por aquella utopía (lugar bonito) de la casa del padre, a la que había renunciado.

Me levantaré: es el verbo de la resurrección, el de volver a ponerse en pie, el del coraje de vislumbrar que todavía hay un camino por delante, un camino que se puede retomar, una redención, una nueva posibilidad para salir de una situación de soledad, de desesperación y de muerte. Desde la nostalgia del perfume, al coraje del viaje de regreso.

Luego la imagen del padre, con su ternura y su amor. Una sola frase para describir al padre, hecha exclusivamente de verbos (bien cinco): «Lo vió de lejos, tuvo compasión, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó». Esta es la imagen más bella de Dios: un Dios que escudriña el horizonte, que espera un regreso, que no se encuentra desprevenido. Un Dios que tiene compasión porque advierte, de manera amplificada, el sufrimiento del hijo. Un Dios que corre, porque lo quiere lo más pronto en su lugar bello, porque sus pasos son vacilantes. Un Dios que abraza, que acoge y perdona. Después el beso de Dios, porque no siente disgusto del rostro humano desfigurado y sucio, reconociéndolo hecho a su imagen y semejanza. En aquel beso, nos reencontramos nosotros mismos: el amor que perdona y el perfume de casa, el perfume de Dios.

Salmo 33

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca.
Glorifiquen conmigo al Señor,
alabemos su Nombre todos juntos.
Busqué al Señor: él me respondió
y me liberó de todos mis temores.

P. Giovanni Di Vitopárroco de los Ss. Erasmo y Martino, Bojano (CB)

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