3er domingo de Cuaresma 2020

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Había un pozo

Llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José: allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era mediodía. Una mujer de Samaría, fue a sacar agua. Y Jesús le dijo: «Dame de beber». Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar alimento. La samaritana le respondió: « ¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy una samaritana?». En efecto, los judíos, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: “¡Dame de beber!”, tú misma se lo hubieras pedido y él te habría dado agua viva». (Jn 4,5-10)

La mujer de Samaría está acostumbrada a ser mantenida al margen. Una mujer en un mundo masculino, perteneciente a un «pueblo-no pueblo», va a sacar agua sola en una hora incierta, signo de soledad, quizás de desprecio por un modo de vivir al margen de lo tolerado socialmente.

Jesús la espera en el pozo, el lugar de la fatiga cotidiana, para decirle que es amada y siempre ha sido esperada. El pozo se convierte en signo, de aquel costado que, traspasado, donará a todos esa agua viva que apaga la sed de amor de cada uno.

En los lugares de la fatiga
Espérame, Señor, en los lugares de la fatiga,
espérame en los lugares donde dejo herir mi dignidad,
espérame cuando lloro,
espérame cuando nadie me espera.
Allí, abre para mí tu pecho lacerado.
Y desde ese pozo de misericordia
derrama en mí tu amor infinito,
agua que apaga mi sed de amor.
Amén.

Tomado del libro Il Vangelo si fa strada di Roberta Vinerba, Paolinas 2019


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