1º domingo de Cuaresma 2011

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En este primer domingo de Cuaresma todos seremos iluminados por una luz particular, la que proviene del desierto de la prueba. Jesús fue conducido al desierto por el Espíritu para ser tentado. La palabra «tentado» en realidad traduce la forma pasiva del verbo peirazō que a su vez se traduce en hebraico nsh (examinar, explorar, tentar, poner a la prueba).

¿Por qué Jesús es puesto a la prueba? ¿Cuál será el sentido de esta elección por parte de Dios? Jesús apenas había salido de las aguas del Jordán, envuelto por la presencia del Espíritu y con la voz del amor en su corazón: «¡Eres mi Hijo, el amado!». Y ahora este Hijo es llamado a pasar el camino fatigoso del desierto donde el agua es cosa rara, la vegetación escasa, la habitación imposible. La tentación, de los mil rostros, quiere alejar a Jesús de su misión filial: Si eres Hijo, sálvate a ti mismo usando el poder divino que el Padre ha puesto en tus manos. ¡No aceptes los limites de tu condición humana! Considera como fuerza de éxito tu igualdad con Dios y aprovecha! ¡Vive de Dios!

La tentación, pues, no sólo pretende hacer superar el sentido del límite para ponerse en el lugar de Dios: «Que las piedras se conviertan en pan… tírate abajo… todos los reinos de la tierra serán tuyos…», pero sobre todo trata de alterar el equilibrio relacional. Jesús debe elegir cómo vivir su ser Hijo: «en la relación con el Padre o fuera de la relación». Procurarse él solo el alimento o dejar que sea el Padre quien provea, obedecer a la Palabra de salvación o usarla para sus propios deseos de poder, reinar, siervo o dejarse servir de rey.

Desde la tentación a la adoración del verdadero Dios hay que recorrer inevitablemente el largo camino del desierto que purifica, despoja, discierne: «Hijo si te acercas a servir al Señor, prepárate para la prueba» (Sir 2,1). Dios es amor, y como tal requiere de sus hijos la prueba de la libertad. El amor es tal, sólo cuando es libremente aceptado y donado. Jesús pasa por la prueba del Hijo libre.


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