Conquistada por el amor del Maestro

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Mi vocación es una “historia” del amor fiel de Dios que irrumpe silenciosamente en mi vida y se desarrolla día trás día. Mirando hacia atrás, descubro como el Señor me ha preparado para ser capaz de escuchar y responder a su llamada a través de personas y experiencias con las que ha bendecido mi vida.

Soy la mayor de cinco hijas. Mi madre nació en El Salvador (América Central) y mi padre es estadounidense, de origen italiano/ húngaro. Crecí experimentando las alegrías y los desafíos del don de una familia bicultural. Mis padres nos han dado un hermoso testimonio de perseverancia en la fe y en el amor. De ellos he aprendido, y sigo aprendiendo, que nuestra relación con Dios es el más grande tesoro y que la vida consiste en compartir con los demás la abundancia de dones que hemos recibido de Él. Esto es lo que nos hace verdaderamente felices.

La belleza de la vida consagrada me ha fascinado. La hermana de mi mamá es religiosa de la Asunción, en Guatemala. En la escuela fui educada por monjas, y vivíamos cerca de una comunidad religiosa argentina… pero no consideraba la vida religiosa como una opción de vida para mi existencia. Sin embargo, cuando tenía cerca de 12 años, hice un retiro en preparación al Sacramento de la Confirmación y, en esa ocasión, el Señor me hizo comprender que mi corazón había sido creado para pertenecerle totalmente a Él.

Comencé a buscarlo con ahínco en la oración, especialmente en la adoración eucarística, participando en la Misa diaria y buscando formas para servir en mi parroquia. Sentí la fuerza del Evangelio en mi vida, especialmente las palabras: «Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente» (Mt 10,8). Jesús estaba convirtiendose en una Persona siempre más real para mí, y me daba cuenta de cuánta necesidad tenía de Él, que no podía vivir sin Él. Al mismo tiempo me daba cuenta de cuántos, incluso entre mis amigos, no conocían al Señor o lo conocían muy poco. A menudo contemplaba a las personas – en el tráfico, en el comercio… – y leía tristeza o vacío en sus rostros. ¿Sus vidas tenían sentido? ¿Sabrían que Dios existe y cuántos los ama?

Al discernir cómo entregar mi corazón al Señor, comencé a escribir a varias comunidades religiosas. Pero fue Él quien vino, literalmente a “buscarme” a través de las Hijas de San Pablo, mientras desarrollaban su propia misión de propaganda. Acababan de abrir una comunidad en Alexandria, en Virginia, y estaban visitando mi barrio. Llamaron a la puerta de mi casa (yo estaba en la escuela) y mi madre las recibió. Cuando las religiosas se enteraron que había cinco jovencitas en la familia, nos invitaron a un retiro vocacional en su casa. Cuando llegué a casa de la escuela, hojeé ávidamente la revista Familia Cristiana y los libros que habían dejado las hermanas queriendo saber más sobre ellas.

Algunos meses después participé en su primer retiro vocacional en la fiesta de la Reina de los Apóstoles (que también es titular de mi parroquia). Eramos doce jóvenes reunidas en el “cenáculo” de la casa de las hermanas, aún en etapa de restauración. El Señor atrajo mi corazón a través del encuentro con las hermanas, el conocimiento dela misión y la experiencia de la adoración eucarística.

Las palabras del Beato Alberione: « ¿Dónde camina esta humanidad que se renueva siempre sobre la faz de la tierra? La humanidad es como un gran río que desemboca en la eternidad: ¿Se salvará? ¿Se perderá para siempre?», encendieron una gran luz en mi corazón. Me clarificó: habían religiosas que se ocupaban de los niños en las escuelas, religiosas que cuidaban a los enfermos en los hospitales, religiosas que proveían a las necesidades de los pobres… ¿Pero quién proveía las necesidades espirituales de cuantos buscan a Dios? Esta era la misión de las Hijas de san Pablo, y el Señor preparaba mi corazón para esta misión.

Compartiendo la vida con las hermanas, rezando con ellas, haciendo la experiencia de la misión con ellas, el Señor siguió atrayendo mi corazón. Un mes antes de cumplir 17 años, en la fiesta de la Asunción, entré en comunidad y Dios verdaderamente me guió en cada paso de mi camino para acoger y vivir siempre más plenamente mi vocación.

En la vida de Hija de San Pablo he experimentado la alegría y la “totalidad” a la que invita el Beato Alberione: « ¡Él, Él, en todo, en todo!». He tenido la gracia de “servir” en librería, en el sector gráfico de la a editorial, en el apostolado radiofónico de lengua española, en la difusión en las escuelas y en las parroquias. Por muchos años me dediqué a la pastoral vocacional y a la formación, acompañando a las jóvenes en el camino de descubrimiento de la llamada del Maestro y su seguimiento; he apreciado particularmente los años transcurridos en la asistencia a nuestras hermanas ancianas.

¡Ya sea que esté comprometida en el apostolado directo o en los diversos servicios comunitarios, mi alegría está en el abrirme al amor del Señor y en las oportunidades que me ofrece para comunicarlo, en mi pequeñez y pobreza, en comunión con mis hermanas!

La idea fuerza que alimenta cada día mi vocación está bien expresada en el artículo 36 de las Constituciones: «Ofreciendo al Señor todo nuestro ser, nos abrimos a su amor y dejamos que el Espíritu Santo nos transforme progresivamente. La comunión con el Maestro nos libera del egoísmo, enriquece nuestra vida de fecundidad espiritual, desarrolla en nosotras las fuerzas de amor que nos hacen sensibles a los demás, capaces de oblatividad y de constante adaptación, creativas y dinámicas, profundamente estimuladas a hacer algo por el Señor y por los hombres de nuestro tiempo».

Carmen Christi Pompei, fsp


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