1º domingo de Cuaresma

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Del Evangelio según Lucas

Jesús regresó del Jordán lleno del Espíritu Santo. El Espíritu lo condujo al desierto, donde el diablo lo puso a prueba durante cuarenta días. En todos esos días no comió nada, y al final sintió hambre. El diablo le dijo entonces: «Si eres Hijo de Dios di a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le respondió: «Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre”». Lo llevó después el diablo a un lugar alto y le mostró, en un instante, todos los reinos de la tierra. El diablo le dijo: «Te daré todo el poder de estos reinos y su gloria, porque a mí me lo han dado y a quien yo quiera se lo puedo dar. Si te postras ante mí, todo será tuyo». Jesús respondió: «Está escrito: “Adorarás al Señor tu Dios, y sólo a Él darás culto”».

Entonces lo llevó a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate desde aquí porque está escrito: Dará órdenes a sus ángeles para que te protejan; te llevarán en brazos y tu pie no tropezará en piedra alguna.”». Jesús le respondió: «Está dicho: “No tentarás al Señor tu Dios». Cuando terminó de poner a prueba a Jesús, el diablo se alejó de él hasta el momento oportuno.

DEJÉMONOS ‘TENTAR’

Iniciar la Cuaresma quiere decir dejar al Espíritu Santo la libertad de ponernos a prueba, como hizo con Jesús. El Señor, después del bautismo en el cual nos ha revelado su identidad, está llamado a verificar lo que es, es decir, su fidelidad a la filialidad, a la consagración. No basta proclamarse ‘llamados’, es necesario entrar en la prueba para permitir que Dios escrute lo que realmente hay en nuestro corazón. Debemos pedirlo en la oración: “Señor, ponme a prueba”. En estos cuarenta días podemos abrirnos a la verificación, no podemos escabullirnos. La prueba de que el Espíritu quiere mandarnos se refiere a tres dimensiones de la vida de la persona llamada: la pobreza; el poder y el éxito.

No podemos gloriarnos de ser ‘hijos predilectos’ si no amamos una pobreza personal y comunitaria efectiva (y no soñada); no podemos presentarnos como ‘consagrados y consagradas’ si no rechazamos el poder, la apariencia como fin así misma; no podemos llamarnos ‘elegidos’ si no renunciamos al criterio del triunfo, del éxito, aunque apostólico. Jesús ha superado las pruebas del desierto poniendo ante las lisonjas del demonio, la primacía de Dios y de la Palabra: después de esta constatación de su identidad filial tuvo la posibilidad de llamar a los discípulos. Y lo pudo hacer porque, como narra el evangelista Marcos, su desierto se ha transformado en lugar acogedor, hospitalario y fecundo. Si no nos dejamos purificar por el Espíritu, a lo mejor viviríamos tranquilos y cómodos, pero nuestros jardines protegidos y limpios podrían transformarse en desiertos inhospitalarios y estériles. ¿’Cuántas casas religiosas o parroquias ya están así? Quizás demasiadas. Entonces… Dejémonos ‘tentar’.

don Giuseppe Forlai, igs


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