¿De verdad el «hombre digital» es poco atento al espíritu?

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Antonio Spadaro, sj

Internet no es como la red del agua o como la del gas. No es un conjunto de cables, hilos, tablet, celulares y computer. Sería erróneo identificar la realidad y la experiencia de Internet con la infraestructura tecnológica que la hace posible. La Red, sobre todo hoy es – movilidad – un contexto existencial en el que uno está en contacto con los amigos que viven lejos, nos informa, se adquieren cosas, se comparten intereses e ideas: es un tejido conectivo de las experiencias humanas. Uno de mis estudiantes africanos de la Universidad Gregoriana una vez me dijo: «Yo amo mi computer porque dentro de mi computer están todos mis amigos». Las tecnologías de la comunicación, por lo tanto, están contribuyendo también a definir un modo de habitar el mundo y de organizarlo, guiando e inspirando los comportamientos individuales, familiares y sociales. Benedicto XVI escribió: «El ambiente digital no es un mundo paralelo o puramente virtual, sino que es parte de la realidad cotidiana de muchas personas, especialmente de los más jóvenes».

Por lo demás, ya Gaudium et spes, había hablado de un preciso impacto de las tecnologías sobre el modus cogitandi del hombre. En general las «invenciones técnicas» son relevantes porque «conciernen al espíritu del hombre» (Inter mirifica). San Paulo VI, en su discurso de 1964, reiteró que «el cerebro mecánico viene en ayuda del cerebro espiritual». El hombre tecnológico es entonces el mismo hombre espiritual. La cultura del ciberespacio, plantea nuevos desafíos a nuestra capacidad de formular y escuchar un lenguaje simbólico que hable de la posibilidad y de los signos de trascendencia en nuestra vida. Nuestra vida también vive en el ambiente digital. Por lo tanto, ahora también lo es nuestra vida de fe.

¿Cuáles son los principales desafíos que enfrentamos y enfrentaremos a la luz de estas consideraciones? En mi opinión, entre las muchas posibilidades podemos identificar al menos dos fundamentales.

Primer desafío

Ciertamente está ligado al hecho que el ambiente digital hoy tiene la naturaleza de un network social: emergen las relaciones. Si en nuestro cerebro están conectadas las neuronas, en Internet están conectados nuestros cerebros, nuestras capacidades culturales, espirituales y relacionales. Por lo tanto, comunicar, ya no significa transmitir un contenido, sino compartirlo. Entonces, aquí una pregunta que podremos definir radical: ¿basta multiplicar las conexiones para desarrollar la compresión recíproca entre las personas y las relaciones de comunión? Estar conectados no significa automáticamente estar en relación. La community no es automáticamente comunidad. La conexión de por sí no basta para hacer de la Red un lugar de condivisión plenamente humana, porque la comunión no es un “producto” de la comunicación.

La Iglesia en el ambiente digital, por lo tanto, no está llamada a una “emisión” de contenidos religiosos, sino a una “condivisión” del Evangelio en una sociedad compleja, donde la comprensión de la realidad está comprometida por las fake news, por la manipulación y por el dominio del consenso. Sin embargo, desde la Red, emerge la necesidad de una mayor participación: cada uno puede expresarse. Si esto es verdad en la dimensión política y civil, no lo es menos en aquella eclesial. Es fundamental que ella no sea gestionada por la lógica del algoritmo.

Segundo desafío

Consiste en la capacidad de comprender aquella que una vez se llamaba – ¡y con razón! – la “vida interior”. La vida espiritual del hombre contemporáneo, ciertamente es tocada por el mundo en el que las personas descubren y viven las dinámicas propias de la Red, que son interactivas y envolventes. En efecto, el hombre que tiene un cierto hábito con la experiencia de Internet, aparece más listo a la interacción que a la interiorización. Generalmente, “interioridad” es sinónimo de profundidad, mientras que “interactividad” es sinónimo de superficialidad.

Tiempo atrás, Alessandro Baricco hizo un elenco: la superficie al lugar de la profundidad, la velocidad al lugar de la reflexión, las secuencias al lugar del análisis, el surf al lugar de la profundización, la comunicación al lugar de la expresión, el multitasking (multitareas) al lugar de la especialización. Por lo tanto ¿estaremos condenados a la superficialidad? ¿Es posible conjugar la profundidad y la interactividad?

Quien está acostumbrado a la interactividad, interioriza las experiencias y está en grado de tejer con ellas una relación viva y no puramente pasiva, receptiva. El hombre de hoy considera válidas las experiencias en las cuales está solicitada su “participación” y su implicación. El desafío es de enorme circulación. ¿Cuál será entonces la espiritualidad de aquellas personas cuyo modus cogitandi está en fase de “cambio” a causa de su habitar en el ambiente digital?

Este también es uno de los principales desafíos educativos de nuestros días.

Antonio Spadaro, sj
Fuente: Avvenire


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