Conclusión del encuentro

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Hemos llegado a la conclusión del encuentro y estamos agradecidas sobre todo al Señor, por cuanto nos ha permitido vivir en estas jornadas de gracia. Nos ha acompañado con su benevolencia predisponiendo cada detalle: desde los relatores que realmente han iluminado el camino, a la riqueza del intercambio y la alegría de estar juntas experimentando la belleza de nuestra universalidad. Estos fueron días importantes especialmente para nosotras… nos han dado la posibilidad de un regenerador descanso en todos los niveles.

Hemos experimentado lo hermoso que es encontrarnos, compartir los valores fundamentales de la vida paulina, contemplar las riquezas recibidas y maravillarnos por el don espléndido de la vocación.

En estas jornadas, nos hemos sentido muy cerca de las jóvenes que el Padre nos da en todas partes del mundo. Son un bien precioso que el Señor nos confía para que ofrezcamos las mejores condiciones para alcanzar la meta de la vocación, la santidad.

Juntas, hemos redescubierto nuestra identidad, el gusto de ser Hijas del Apóstol Pablo, llamadas a experimentar la ardiente pasión de ser en Cristo y a proclamar a todos la alegría de esta pertenencia.

Hemos comprendido que el primer y absoluto agente de formación es el Espíritu Santo, nosotras somos sus ayudantes… Es el Espíritu quien guía nuestra transformación, la transformación de nuestras comunidades y de las jóvenes a quienes estamos llamadas a acompañar. Estas jornadas fueron ante todo una invitación a confiarnos a la acción del Espíritu Santo, el verdadero protagonista de nuestra vida, de la misión y de la formación.

Gracias a todas…

Gracias a todas, por el sentido de responsabilidad y por la “calidad” de la participación.

Gracias a las hermanas que han conducido con discreción y sabiduría los trabajos y no han dejado caer ningún deseo, espera y esperanza…

Gracias a las tutor y a las secretarias de los grupos, que han sabido interpretar y expresar la riqueza del compartir.

Un gracias especial a los relatores por sus comunicaciones competentes y apasionadas.

Gracias a las hermanas que han redactado las noticias y a aquellas que la han publicado en nuestro sitio y redes sociales, gracias a las fotógrafas.

Gracias a las animadoras de la liturgia.

Gracias a Hna. Lucía y al equipo que la ha apoyado en la preparación de la comida y de la merienda con tanto cuidado y creatividad cada día.

Gracias a Hna. Ancy y a las hermanas de la Casa general por la acogida, la oración y ofrecimiento cotidiano, precioso apoyo de nuestros trabajos.

«Hacia la alegría del amor»

Haciendo nuestro el objetivo del próximo Sínodo de los Obispos (cf. IL 1), agradecemos al Señor porque tenemos la hermosa tarea de acompañar a los jóvenes que se nos han confiado, hacia la alegría del amor, despertando la profecía de la vida consagrada (cf. IL 103).

Los jóvenes, como los resultados de la encuesta dirigida a jóvenes religiosos en preparación al Sínodo, tienen un profundo deseo de alegría y amor, de una vida auténticamente fraterna enriquecida por vínculos y afectos compartidos, de una Iglesia que sea una profecía de fraternidad. Sueñan una vida en la cual el centro sea la oración y la intimidad con Dios; una vida consciente de radicalidad evangélica que requiere un acompañamiento gradual hacia el don generoso de sí. Por lo tanto una vida de gratuidad (cf. IL 72).

También sus reflexiones y propuestas, muy ricas y convergentes, fueron en esa línea. Recuerdo, en modo sintético algunos puntos fuerza que han reiterado en estos días y considerados en las líneas formativas que han elaborado:

  • la unificación de la vida en Cristo Maestro a través de un lento proceso de transformación que ocurre en la vida cotidiana cuando nos dejamos traspasar por la “espada” de la Palabra y vivimos en la gratuidad del amor eucarístico;
  • la preparación de las formadoras, capaces de escuchar, de acompañar de manera personalizada, de trabajar en equipo, de discernir y de acoger a las jóvenes nacidas en el mundo digital, con respeto y competencia;
  • – el estilo de vida simple, alegre, misionero, abierto a las culturas y al diálogo intergeneracional de la comunidad formativa;
  • la integración entre las formadoras y superioras para que crezca una “cultura vocacional” que ayude a las jóvenes profesas y a la comunidad a sentirse corresponsables del carisma paulino.

Todavía me gustaría subrayar cómo el proceso formativo de las jóvenes, pero también el nuestro, requiera, además opciones que nos ayuden a reconquistar el “gusto” de pensar y de reflexionar, el privilegio de organizar el tiempo para cuidar nuestra vida interior. “Silencio, interioridad y profundidad” para vivir el discernimiento, para ser capaces de escuchar y dar calidad a la comunicación.

«El desierto florecerá…»

Para nosotras, que a menudo experimentamos la aridez de la tarea formativa, es muy consoladora la certeza expresada por el profeta Isaías: «El desierto florecerá…» (Is 35,1). Dios continúa también hoy, a realizar la historia de la salvación. Su alianza es irrevocable. Requiere de nosotras una confianza ilimitada en su presencia y en su acción: «No teman. Yo estoy con ustedes…».

Estas expresiones dirigidas a los profetas y apóstoles de todos los tiempos, que han tocado nuestras vidas, ciertamente tocan los corazones de los jóvenes… No debemos temer a las “imposibilidades”, y la pobreza que a menudo experimentamos. Los milagros ocurren solo frente a la “imposibilidad”.

Pensemos en las aguas del Mar Rojo: se abren sólo cuando el pueblo hebreo comienza a caminar y adentrarse en el mar. El pueblo no se detiene esperando a que se abran las aguas… caminan y se abren las aguas. Esta es la lógica de Dios y ésta fue la lógica vivida por P. Alberione y Maestra Tecla. Caminaron y confiaron, incluso cuando todo estaba oscuro.

Pensemos en lo que hizo el Señor en nuestros comienzos: la pequeña Familia Paulina, nacida sin casa, sin nombre, sin que nadie se diera cuenta, en 1918, experimenta la trágica experiencia de la muerte. El Señor llama a sí las dos flores más hermosas: Maggiorino y Clelia Calliano. A menudo deberíamos repensar el significado de estas dos figuras, de las cuales se cumple el centenario de nacimiento al cielo. También tomar de sus vidas la llamada a la santidad que estamos llamadas a proponerla a nuestras jóvenes.

Maggiorino, «Quiero llegar a ser todo de Dios» (1904-1918)

Alberione había sugerido a Maggiorino una regla de vida simple pero eficaz: «Progresar un poco cada día». La vida de Maggiorino ha sido de verdad un continuo progresar en disponibilidad, apertura, entusiasmo y generosidad. Escribía el 25 de enero de 1918: «Hoy quiero convertirme también yo, quiero llegar a ser todo de Dios».

A la conclusión de un retiro escribía: «Con la ayuda de Dios y la protección de San Pablo, entiendo y hago el propósito de consagrar toda mi vida al apostolado de la prensa».

Clelia Calliano (1892-1918), ofrece su vida por la “Buena prensa”

En septiembre de 1915, Clelia Calliano, de Corneliano de Alba, llega al así llamado “Taller Femenino”. Afectada por la fiebre española, muere en el espacio de una decena de días, el 22 de octubre de 1918, justamente mientras el pequeño grupo de las Hijas de San Pablo se preparaba a partir a Susa. En Alba desarrollaba la tarea de cocinera, pero era la única del grupo que sabía la composición tipográfica.

He aquí como M. Tecla describe su muerte:

«… Clelia se enfermó y después de diez días voló al Cielo, llevando consigo el ardiente deseo que tenía de venir con nosotras a Susa a trabajar por la Buena Prensa. El Señor ha querido consigo a Clelia, con la que contábamos mucho, porque era robusta y buena, pero nos dio una protectora que hizo más que si hubiera estado viva. Fue muy sentida…» (Nuestros orígenes, p. 16).

 Giaccardo testimonia:

«Las últimas palabras dichas al Sr. Teólogo fueron estas: “Si el Señor me deja vivir, quiero consagrar todas mis energías por la Buena Prensa; aunque fuera sólo pasar la escoba en el taller, donde las otras trabajan y esto ya me parece mucho. Si muero ofrezco mi vida por la Buena Prensa, en el Paraíso rezaré siempre por la Buena Prensa”… la semilla fructificó y su intercesión fue eficaz». (Beato Timoteo Giaccardo en Nuestros orígenes, p. 34).

Es la hora de la fe

Ciertamente, en esta hora de la historia se necesita apuntar todo en la fe, sobre aquella fe que han vivido las primeras generaciones cristianas y paulinas.

Tecla, anotaba en sus cuadernos espirituales:

«Creamos que nosotras solas no podemos nada, cuando nosotras nos creemos nada, tenemos todo».

«Necesitamos creer que el Señor nos dará todas las gracias de las cuales tenemos necesidad, nos dará la ciencia necesaria, nos dará las gracias para nuestra vocación y la habilidad para el apostolado».

«Tenemos necesidad de humildad porque no somos nada por nuestra responsabilidad y por las gracias que Dios nos quiera dar».

«Se debe creer contra toda dificultad… creer que es el Señor el que hace».

Escribe un teólogo italiano, Gianmarco Busca, recordando el pensamiento de un famoso teólogo ortodoxo, A. Schmemann:

«Los primeros cristianos no tenían un programa, ninguna teoría, pero por donde iban, la semilla del Reino crecía, la fe comenzaba a arder… porque todo su ser era una antorcha viva para alabar al Cristo resucitado. Era Él y sólo Él la única felicidad de su vida y el fin de la Iglesia era comunicar al mundo y a la historia la alegría del Cristo resucitado, en quien todas las cosas tienen su principio y su fin».

El Espíritu nos transforme en esta antorcha viva que difunde la luz, el fuego y la alegría del Resucitado.

Sor Anna Maria Parenzan


Allegati