2do domingo de Cuaresma 2019

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Gn 15,5-12.17-18; Sal 26; Fil 3,17- 4,1; Lc 9,28-36

Estar con Él

Siempre hemos leído esta página del Evangelio en la perspectiva de anticipación visible de la gloria de la resurrección. Esta vez me gustaría subrayar un particular, que a menudo se escapa y es uno de los pilares sobre los que se apoya el camino de la Cuaresma: la oración.

Lucas pone la transfiguración de Jesús después de la profesión de fe de Pedro y la propuesta radical y exigente del seguimiento: «El que quiera venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga» (Lc 9, 23). Se llega a la gloria después de haber recorrido el mismo camino de Jesús, en la donación de sí mismo por amor. Después de esta difícil propuesta, uno quisiera encogerse de hombros y decir: «¡Es imposible!».

Jesús toma a tres de sus discípulos y los lleva al monte a rezar, porque la oración permite comprender mejor la voluntad de Dios, abre el corazón para acogerla y a encontrar qué sentido dar a la vida y a las opciones.

La oración transforma y transfigura. Transforma el corazón, el modo de ver las cosas y la vida; te ayuda a poner a Dios en cada momento de tus respiros, en los gestos cotidianos, en las palabras esenciales, en las manos vacías, que pueden convertirse en ricas de acogida. La oración transfigura porque te hace ser como Aquel que te ama con amor infinito y a prescindir de lo que eres, pone en ti toda su confianza y te muestra la belleza de estar con Él.

La oración es la que ayuda a cada uno de nosotros a transformarse y transfigurarse; es ese dulce canal que te devuelve la frecuencia con Dios, que te hace ver cómo sus ojos son llenos de luces, que te muestra el corazón mismo de Dios y logras ver dentro de ti, como un tesoro precioso, seguro y protegido. Entonces comprendes que podrán quitarte la vida y cada cosa, pero jamás podrán arrancarte de Su corazón.

Salmo 26

El Señor es mi luz y mi salvación: ¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida: ¿de quién tendré miedo?
Escucha, Señor, mi clamor. Yo grito: ¡ten piedad de mí, respóndeme!
Mi corazón repite tu invitación: « ¡Busquen mi rostro!».
Tu rostro; Señor, yo busco.
No me ocultes tu rostro,
no rechaces con ira a tu siervo.
Tú eres mi auxilio, no me desampares,
no me abandones, Dios, salvador mío.
Estoy cierto de contemplar la bondad del Señor en la tierra de los vivientes.
Espera en el Señor, sé fuerte,
ten ánimo, tu corazón espera en el Señor.

p. Giovanni Di Vitopárroco de los Ss. Erasmo y Martino, Bojano (CB)

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